miércoles, 18 de enero de 2012

Saber Pensar


En la experiencia cotidiana es fácil encontrar gente que sabe mucho y piensa poco. Hay personas capaces de realizar trabajos complicados de nivel técnico o profesional, cumpliendo todas las exigencias y caprichos de sus jefes, siguiendo meticulosamente cada procedimiento preestablecido, mostrando resultados cuantificables de sus acciones y dando cuenta de cada una de sus actividades. Pero esto no garantiza que piensen más allá de lo inmediato.
Mientras que a veces encontramos personas sencillas, sin títulos académicos, sin presunciones intelectuales, que nos dicen cosas muy profundas sobre la vida, sobre el acontecer público. Aunque no usen palabras complicadas, pero muestran largas horas de diálogo silencioso consigo mismos y con su entorno. Digamos que son los que piensan mucho aunque no sepan tanto.

Lo que es claro es que el conocimiento universal, el progreso científico, la creación artística y la reflexión filosófica surgen de personas que piensan mucho sobre aquello que saben y llegan a cosas nuevas que naturalmente no sabían ni tenían dónde aprender. Por estos días en que se realiza la Feria del Libro, surge la asociación con el pensamiento humano, que se condensa en millones de páginas que intentan atrapar ideas para hacerlas públicas, para convertirlas en patrimonio común. Pero sería fantástico saber cómo fue producido cada libro, cómo fue el proceso de pensamiento del autor, cuánto sufrió para encontrar palabras para su ensoñación o para su obsesión. Lo que sí podemos constatar es que allí, en la Feria, hay pensamiento poético, gráfico, histórico, matemático, filosófico, novelístico, religioso, culinario… y muchos pensamientos insulsos. Pero aun en la frecuente basura literaria se puede leer la necesidad de hacer públicos los soliloquios de seres humanos que más allá de repetir lo que otros han dicho se arriesgan a pensar por su propia cuenta, dejando en palabras un pequeño rastro de su paso por la vida.